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Te presentan a Fabián, lo saludas y cruzas unas pocas palabras; lo conoces de manera breve y no pasa mucho tiempo para empezar a percibir señales. Alto sentido de la estética, reservado, cultor del silencio y la observación antes de la verborrea y la demostración.
Observación, asimilación….¿Timidez? Un tipo con esos accesorios dorados cuesta asociarlo con el rasgo, pero sí, algo de eso también hay.
Como con muchos artistas, a Faya lo conoces muchísimo antes que cuando te lo ponen en frente: lo conoces en sus murales, en frontis, en cantos de departamentos Corvi, en muros mudos, en esquinas convergentes; ahí están sus colores, ahí está su gente, ahí están sus composiciones. Ahí están sus mujeres y caballeros de cuidado bigote y marinos conviviendo en el silencio de los océanos, el del murmullo de la entreguerra y la ruralidad callada por el aislamiento.
Callan y gritan en un mismo acto, al tiempo que te miran con la intensidad que tú los miras a ellos.
La valoración de la tradición, de la confección manual que no es otra cosa que el tributo eterno a su ascendencia pintada en sepia. Tradición no como moda, sino que como motor.
Su acervo, un imán. Elegancia desde la austeridad. Limpieza y pulcritud aún cuando no sobra nada. Quizás nos enrostra un pasado donde hasta el que tenía poco podía ser protagonista de una pieza gráfica del buen gusto y la sofisticación. No hay reyes ni Millonarios, sino individuos desbordando dignidad y decencia.
Universo de personajes marcados por el rigor. El rigor del aislamiento, el del mundo indígena, el de la solitariedad de vastos mares, el del que vive de la tierra que choca con las costas. Sus afectos confirman esa admiración por el mar; un permanente estímulo que nos trae los seres que viven en él y esos tipos que navegan sobre él…. un misterio interminable, un lugar lleno de tesoros ocultos esperando ser encontrados en un maravilloso ideario que se despliega bajo las órdenes de el Capitán.
Qué más hay en ese universo? Muchísimo: cuestionamiento, reflexión, interpelación, exploración personal, hay aprecio a la vida como máxima, hay credos y hay amor.
Hay huella y hay emoción.
Es común que nos topemos en nuestro tránsito con tipos devenidos a estrellas o sencillamente aspirantes a ello. La primera vez que ves a Faya rápidamente tratas de ubicarlo en alguna de esas esas etiquetas en esa tan humana como estúpida tendencia de querer etiquetar y embalar todo, en la búsqueda de tener todo en orden, en la búsqueda de que nada se salga de la caja en donde lo pongas.
Pasa el tiempo y algo no cuadra, porque lo que ves no opera desde esa realidad binaria. Lo primero que entiendes es un tipo  que generosamente deja que su círculo brille, capte los focos y las miradas, pero lo que no sabes es que es en esos momentos cuando él está observando todo. Está absorbiendo caras, ángulos, olores, brillos, opacidades, tonalidades, voces, huesos, tendones, turgencias, sabores, porosidades y silencios para seguir enriqueciendo su mundo.
Él está en un proceso permanente y nadie lo obliga a eso, salvo su insaciable necesidad de subir niveles como si esto fuese un juego arcadia de esos de playa. De esos que están frente al mar
¿Cómo se puede seguir subiendo en un mundo donde ya varios se tomaron un descanso permanente en la mitad de la subida?

Así.

Jorge Nuñez Lazcano
Escritor y Periodista